30 de agosto de 2014

Soy ignóstico

Yo soy ignóstico.
Leyó usted bien, y no cometí ningún error de escritura: soy ignóstico.

¿Y qué es eso?, quizá se pregunte. Bueno, el ignosticismo consiste, dicho en breve, en la exigencia de definiciones cuando hablamos de dios. La idea es que toda idea teológica debe poder definirse de manera precisa y formal. Sin esas definiciones, todo lo que se tiene serían sin sentidos cognitivos, términos vacíos.

Pero,  ¿no me precio de ser ateo? ¿Acaso cambié de opinión o estoy cayendo en una más de mis contradicciones? A final de cuentas, podría usted razonar, suele establecerse que el ignosticismo y el ateísmo son incompatibles…

En mi opinión, no. Si el término está vacío, como señala la crítica ignóstica, entonces no hay un referente real (la entidad existente formalmente definible) al que haga referencia. El problema de la existencia de dios es, por tanto, un problema de definiciones que, en el mejor de los casos, se resuelve a sí mismo (por ausencia), y, en el peor, establece la posibilidad de probar (someter a prueba) la existencia de dios a partir de las definiciones que se establezcan. Y yo no conozco una sola definición formal, precisa y suficientemente completa de dios que haya probado su existencia, por lo que asumo con confianza su inexistencia.

Así que sí: soy ignóstico y ateo a la vez. Y también antiteísta.



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